Foto: Josué Castro / Apartamento 302

Amor es mirarse al espejo y no romperlo: habitar el cuerpo como territorio vivo en tiempos de violencia estética

En el cruce entre gordofobia, violencia estética y discursos de liberación corporal, vuelve con fuerza una obsesión conocida: la delgadez extrema. El regreso de la estética heroin chic –un término usado para describir una tendencia que idealiza cuerpos extremadamente delgados- no responde a la nostalgia ni a la moda; funciona como una forma de control que disciplina los cuerpos.

Por Angie Ross

En El mito de la belleza, la escritora estadounidense Naomi Wolf, explica que cada avance de las mujeres en derechos y autonomía suele ir acompañado de una respuesta patriarcal: la imposición de nuevos ideales de belleza. Estereotipos que no buscan adornarnos, sino agotarnos, distraernos y reducirnos.

Por eso no es casual que, luego de años de conversaciones sobre diversidad corporal y aceptación del cuerpo, reaparezca una estética que insiste en cuerpos frágiles, mínimos, casi ausentes. El mensaje que se filtra en redes sociales y otros espacios digitales o públicos es preciso: puedes expresarte, siempre y cuando no ocupes demasiado espacio. ¿Qué sucede cuando el deseo de existir empieza a medirse en centímetros?

Frente a este contexto, la obra Amor es mirarse al espejo y no romperlo, de la actriz y creadora argentina Araceli Genovacio, irrumpe como un acto de resistencia escénica. Desde la autoficción, el humor y la corporalidad no hegemónica, la obra propone detener el castigo y habitar el cuerpo como territorio vivo, deseante y colectivo.

Del periodismo al teatro: poner el cuerpo como decisión política

Araceli nació en La Pampa, Argentina, y actualmente vive en Córdoba donde se formó como licenciada en teatro. Antes de llegar a las artes escénicas, su camino fue otro: el periodismo. Pero una crisis personal marcó un quiebre. Empezó a tomar talleres de teatro y comprendió que allí estaba su lugar. Volvió a la universidad, se graduó y en 2022 presentó esta obra como parte de su investigación académica.

La semilla de Amor es mirarse al espejo y no romperlo nació durante una residencia teatral en Perú. El ejercicio era simple: crear un monólogo a partir de un objeto. Araceli eligió una bombacha (un calzón), y desde ahí comenzó a preguntarse por el amor. No el amor romántico, no el de Hollywood, sino esos gestos mínimos que sostienen la vida.

“Pensaba en algo que escuché una vez: que en épocas de crisis, el amor era el mate cocido que te hacía tu vieja para cenar”, recordó. Desde ahí, la obra empezó a tomar forma.

El amor propio no es individual 

Amor es mirarse al espejo y no romperlo se presentó en Guatemala el pasado viernes 5 de diciembre en el teatro Manuel Galich, organizado por la colectiva apartamento 302. Uno de los ejes centrales de la obra es la crítica directa a la idea liberal del amor propio. Esa frase repetida hasta el cansancio: ”Si no te quieres, nadie te va querer”, es puesta en cuestión.

“Si vivís en un contexto hostil donde todo el tiempo te devuelven que sos marrón, negra, gorda, flaca, no es tan sencillo quererte”, explicó Araceli. Para ella y su equipo, el amor propio no es una tarea individual, sino un hecho colectivo y social. Se construye - o se rompe- en relación con otras personas, con el entorno y con los discursos que nos atraviesan.

Desde ahí, la obra trabaja con la autoficción: toma episodios reales de su historia, pero lo interviene con ficción, con “pequeñas mentiras” como ella las llama. Esas licencias permiten que el relato deje de ser solo suyo y se vuelva común, compartido. No es la historia de Araceli: es la de cualquiera que alguna vez sintió que su cuerpo estaba fuera de norma.

Foto: Josué Castro / Apartamento 302

Gordofobia, hegemonía y el mito del cuerpo “correcto”

Mirar el propio cuerpo sin violencia no es un camino lineal. Araceli lo sabe. Creció en los años 2000, una época que describe como especialmente cruel en términos de mandato estético.

“El patrón de belleza era uno solo. No había otras corporalidades posibles. Ni siquiera existía la palabra gordofobia”, señaló. Hoy existen más conceptos, más luchas y más discursos críticos, pero aun así siente que vivimos un retroceso: el regreso a la delgadez extrema.

La violencia estética sigue recayendo principalmente sobre los cuerpos feminizados. Son esos cuerpos los que el sistema insiste en corregir, vigilar y reducir. Los medios, el mercado y la cultura hegemónica construyen la idea de que solo unos pocos cuerpos son válidos, cuando en realidad son la excepción, no la norma.

Araceli también problematizó el imaginario argentino: un país que se piensa blanco, flaco y europeo, negando su diversidad racial, corporal y cultural. El pelo lacio como sinónimo de elegancia, el cuerpo flaco como ideal, la piel clara como estándar. Todo lo demás queda fuera, marcado como desvío. 

El público y los cuerpos que incomodan

Respecto a la recepción, Araceli evitó subestimar al público. La obra le enseñó que las identificaciones llegan desde lugares impensados. No solo mujeres gordas de su generación, sino personas que atravesaron enfermedades, tratamientos contra el  cáncer, hospitalizaciones prolongadas. Cuerpos que se deterioraron y tuvieron que reaprender a habitarse.

Para ella, cuando un cuerpo no hegemónico aparece en escena, algo se rompe —en el buen sentido—. Como espectadora, esos cuerpos le resultan más atractivos, más potentes. No desde lo sexual, sino desde una estética que conmueve, que genera preguntas, que desarma la mirada acostumbrada.

Habitar el cuerpo ahora

Araceli evita hablar de “mensajes”, pero sí comparte algo que el teatro le enseñó: la vida es ahora. Muchas personas gordas posponen su vida para un futuro que nunca llega: cuando adelgace, cuando pueda mostrar el cuerpo, cuando entre en ese vestido.

“Y la vida se te fue”, dice. Porque la vida no espera.

La obra propone algo simple y radical: vivir con la corporalidad que tenemos. No opinar sobre los cuerpos ajenos. Construir el amor propio en colectivo. Gozar. Bailar. Beber. Tener sexo. Existir sin pedir permiso.

Porque amar también es eso: mirarse al espejo y no romperlo.

Gorda desobediente

Gordoridad Guatemala

Muchas veces nos estamos camuflajeando para sobrevivir a entornos, sostener trabajos y status quo. 

Ilustración: Desobediencia Visual
¿Por qué te sentís gordx y cómo dejar de sentirlo?

Gordoridad Guatemala

Texto de Lucía Rosales y Mafi Pierri

Bloques feministas en Guatemala: rojo, maya, de jóvenas y de mujeres gordas

Jimena Porres

En la ciudad de Guatemala la conmemoración del 8 de marzo tuvo varios matices, durante todo el día hubo actividades en el centro histórico, tanto desde las diferentes organizaciones, así como desde el gobierno.  El día empezó con la conmemoración y exigencia de justicia por las 56 niñas del “Hogar Seguro” y el reconocimiento a la abogada Virginia Laparra, presa de conciencia y ahora libre. Por la tarde en la marcha que recorrió la zona 1, hubo diversos bloques que salieron a exigir el respeto de sus derechos, exigieron justicia por las mujeres desaparecidas, un alto a la criminalización de activistas sociales y a hacer escuchar su voz.