Ana Lucía Ramazzini Morales
Ana Lucía Ramazzini Morales
Por Ana Lucía Ramazzini
Desde la ética feminista resulta imprescindible problematizar las relaciones desiguales de poder que operan, explícita e implícitamente, detrás de cualquier proceso, incluso académico.
Hay espacios donde mujeres de diversas edades, orígenes y circunstancias nos encontramos y, sin conocernos, hablamos de lo más íntimo. Quizá sea ese anonimato lo que nos permite hablar con mayor libertad y fluidez acerca de lo que vivimos; pero también es cierto que las experiencias comunes nos hacen coincidir.
El acoso en las universidades no es un hecho aislado, es una expresión de poder patriarcal que atraviesa a las instituciones educativas. Lo que debería ser un espacio para pensar, aprender y crear, se convierte para muchas mujeres en un territorio de riesgo y violencia. El acoso conlleva efectos psicológicos necesarios de visibilizar. La reciente investigación del Observatorio Contra el Acoso Callejero Guatemala (OCACGT) lo evidencia con rigurosidad: estudiar sin acoso todavía es un derecho pendiente.
Asesorar una tesis no implica solo orientar una investigación. Es abrir un diálogo entre generaciones, miradas y experiencias. En las universidades, donde aún pesan las estructuras jerárquicas patriarcales, la asesoría se convierte en un acto político y afectivo. Sentarse al lado de quien investiga -como sugiere la raíz de la palabra “asesorar”- es compartir el placer epistémico. En ese encuentro, se genera un poderoso proceso de interaprendizaje.