Foto: Meme Solano

Racismo y diversidades: los temas que siguen fuera de la conversación en Guatemala

En Guatemala, ser una persona indígena implica enfrentar múltiples formas de discriminación. Pero cuando, además, se es una persona indígena LGBTIQ+, las violencias se multiplican y las respuestas institucionales casi no existen.

Por Angie Ross

Santiago Xitumul López es una persona maya Achi’, no binaria y bisexual. Vive entre Villa Nueva y la Ciudad Guatemala, un movimiento que describe como “habitar una frontera”; no solo física sino identitaria. Aunque utiliza etiquetas como no binarie o bisexual, lo hace -explicó- como “una estrategia política” para situarse en el espacio donde esos términos abren escucha. Sabe que en los pueblos mayas las expresiones de género y sexualidad tienen sus propias lógicas, pero en un país que exige categorías rígidas para reconocer a alguien, nombrarse así se vuelve un acto necesario.

Su búsqueda identitaria ha sido también un diálogo con la historia de su pueblo. A través de textos de arqueología y etnología, ha tratado de comprender cómo vivían los cuerpos antes de la invasión y cómo estos rastros pueden dialogar con la experiencia actual. “Ahí encuentro cosas que me hacen sentir en lugar”, dijo. Para él/ella, existir hoy como una persona índigena diversa implica habitar simultáneamente memoria, cuerpo y territorio, y reconocer que esas capas son indivisibles.

Aunque el acuerdo Gubernativo 189-2024 ordena a la Comisión Presidencial Contra la Discriminación  y el Racismo contra los Pueblos Indígenas en Guatemala (CODISRA) monitorear políticas públicas, registrar casos y acompañar denuncias, la institución aún no cuenta con herramientas específicas para atender a personas indígenas diversas.

Así lo explica Victoria Tubín, comisionada de CODISRA, quien reconoce que, pese al mandato institucional, no hay protocolos diferenciados ni rutas de atención dirigidas a poblaciones indígenas LGBTIQ+. “Un protocolo específico que tengamos para la diversidad sexual no tenemos todavía”, afirmó. “Para nosotros, la igualdad es atender a todas las personas por igual, pero no hay una guía puntual para estos casos”, manifestó. 

Tubín explicó que CODISRA recibió un presupuesto mínimo. Según el presupuesto general de ingresos y egresos aprobado para el ejercicio fiscal 2025, CODISRA tiene una asignación de Q173 mil 380, además de un Plan Operativo elaborado por autoridades anteriores, lo que les dejó sin margen para desarrollar nuevas herramientas. A eso se suma el obstáculo más fuerte: el mandato legal no menciona explícitamente a las poblaciones LGBTIQ+. Y cualquier acción fuera del mandato puede interpretarse como ilegal.

“Si no aparece en el mandato, no podemos hacerlo. Si lo hacemos sin base legal, incurrimos en delito y la Contraloría nos persigue por eso”, comentó. Esto explica por qué, a pesar de la obligación estatal de erradicar la discriminación, la institución no ha podido abrir procesos, mesas de diálogo o protocolos específicos sobre diversidad indígena.

La barrera estructural: un Estado conservador

Además de los límites legales, existe un componente cultural y político: “En Guatemala hay muy poca discusión sobre la sexualidad. Es difícil hablar del tema en muchos espacios. Eso afecta el acompañamiento adecuado que una persona necesita para ser dignificada”, explicó Tubin.

Este conservadurismo, señaló, dificulta incluso preparar al personal para atender identidades diversas. “No podemos decir ‘CODISRA lo tiene que hacer’ si las personas que están aquí no tienen sensibilidad para atender esos casos. Antes debemos capacitar al personal”, finalizó Tubín. Actualmente, CODISRA solo ha logrado avanzar en protocolos de acoso sexual y acoso laboral, pero no en aspectos vinculados a diversidad sexual e identidad de género.

Racismo de género   

Cuando se habla de racismo, Santiago lo piensa siempre entrelazado con el género y la sexualidad. Retornó a  una idea del pensamiento afrofeminista, para describirlo: racismo de género, una forma de violencia que opera sobre el cuerpo completo, no por partes.

No se trata de que a veces sea racismo y a veces transfobia, bifobia u homofobia. “Nos pasa junto porque somos todo eso”, explicó. Y como ejemplo mencionó los comentarios que ha recibido en redes sociales: “Además de indio, es hueco”, una expresión que une  simultáneamente racismo, clasismo y LGBTfobia.

El entorno digital, especialmente en plataformas como TikTok, ha sido uno de los espacios donde más violencia ha vivido. Videos donde aparece él/ella —o donde aparece otra persona indígena con expresiones de género no normativas— se llenan de comentarios que mezclan insultos sobre su origen, su cuerpo y su identidad.

Recuerda un caso reciente en el que otra persona indígena, vestida con indumentaria maya, participaba en un convite. Los comentarios eran un alud de transfobia y desprecio racista: “No sabía que los indios también eran así”. Santiago insistió en que estas reacciones no son simples “opiniones”, sino expresiones de un sistema que no concibe la existencia de cuerpos indígenas diversos.

Foto: Meme Solano

“Mi existencia es protesta”

En un país donde el racismo sigue normalizado y la diversidad sexual es motivo de burla, vigilancia o violencia, Bernardo Ceto —joven indígena bisexual— ha tenido que abandonar su comunidad para sobrevivir. Su historia se entrelaza con las denuncias recientes de colectivos indígenas diversos que señalan la negligencia estatal, la ausencia de políticas de protección y la continua omisión de instituciones como CODISRA y la Defensoría de la Mujer Indígena (Demi).

“He tenido que dejar mi territorio no solo por la centralización de la educación, sino también por el miedo a existir”, dijo Bernardo. Crecer en un municipio atravesado por la heteronorma comunitaria, el binarismo y el machismo lo puso en riesgo desde muy joven. “Soy quien no debería sobrevivir a este contexto, pero lo he hecho y lo seguiré haciendo porque mi existencia es protesta”, dijo. Su territorio no es solo un lugar: es memoria, ancestralidad y raíz. “Las montañas que me vieron nacer también vieron cada etapa de mi crecimiento. Estar lejos pesa, duele, porque te separa de tu familia, tus tradiciones y tu cosmovisión. Pero la memoria resiste”, agregó.

El desarraigo forzado es una constante. Como señalan en el comunicado publicado el 19 de noviembre en el marco del Día Internacional de la Memoria Trans, muchas personas indígenas diversas “debemos partir para resguardar nuestra integridad física y psicológica”, lo que fractura vínculos intergeneracionales y prácticas ancestrales.

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Su vida refleja lo que cientos de personas indígenas LGBTIQ+ viven en Guatemala: una existencia marcada por la resistencia, la ruptura con el territorio y la indiferencia institucional.

El Estado colonial

Esa violencia también se reproduce en las instituciones del Estado. Santiago y Bernardo señalan que las instituciones fallan porque están diseñadas para un sujeto que no es indígena, no es diverso y no habita los márgenes. En escuelas, centros de salud, juzgados, fiscalías y comisarías, la respuesta hacia las personas indígenas LGBTIQ+ oscila entre la negación, la indiferencia y el trato degradante. La falta de protocolos para atender casos de racismo o violencia basada en identidad de género deja a las personas expuestas y sin rutas claras de acompañamiento.

Algo que preocupa profundamente es cómo las conversaciones sobre racismo y diversidad rara vez incluyen a personas indígenas LGBTIQ+. Los movimientos sociales hablan de discriminación, sí, pero desde lugares muy específicos: el activismo LGBTIQ+ suele imaginar un sujeto ladino y urbano, mientras que en el movimiento indígena predomina una idea de identidad “tradicional” que expulsa a quienes no encajan en esa narrativa. “Las conversaciones se quedan cortas porque no pueden imaginar que existimos”, resumió Santiago.

Esa exclusión también se confirma en lo que relata Mónica Chub, mujer trans maya Q’eqchi’, forma parte del espacio de resistencia plural J'alanil aj Q’eqchi. Chub explica que el problema no solo es la ausencia de protocolo o la falta de rutas de atención, sino una estructura estatal que históricamente ha negado la existencia de personas indígenas diversas. “El Estado colonial nunca ha garantizado nuestros derechos humanos. No existimos en sus políticas, ni en sus protocolos, ni en su imaginación”, afirmó.

La defensora  contó que, incluso en instituciones creadas para atender a pueblos indígenas - como CODISRA O DEMI-, la diversidad sexual sigue siendo borrada. La respuesta institucional es lenta, imprecisa o directamente inexistente. “He consultado directamente y no existe ni un solo protocolo para atender a población LGBTIQ+ indígena. No hay prioridad, no hay voluntad, y siguen actuando desde prejuicios muy arraigados”, señaló.

Pero también advirtió que la exclusión no proviene únicamente del Estado: se reproduce dentro de los propios movimientos sociales. Recordó el caso del Segundo Tribunal de Conciencia contra el Racismo y la Discriminación, donde participó junto a otra compañera para visibilizar cómo el racismo y la transfobia atraviesan sus cuerpos. A pesar de ello, ambas intervenciones fueron eliminadas de la declaración final.

“Exigimos que incluyeran lo que presentamos, pero varias personas se opusieron. No estuvieron de acuerdo en modificar la narrativa, así que dejaron el documento tal como ellos lo habían trabajado. Ahí queda claro cómo, incluso dentro de nuestros propios pueblos, seguimos replicando patrones coloniales”, declaró.

Esa invisibilización tiene efectos concretos: expulsiones comunitarias, hostigamiento, discursos de odio, migración forzada, crisis emocionales profundas. “Cuando no eres aceptado en tu casa o comunidad por ser quien eres, y encima sufres racismo por tu piel, tu idioma o tu forma de ser, tu cuerpo ya no soporta más. Muchas compañeras colapsan, muchas migran, otras llegan al suicidio”, lamentó Chub.

La resistencia de las personas indígenas diversas no nace de un solo lugar. Se construye en lo cotidiano, en la memoria, en las prácticas espirituales y en la fuerza colectiva que sostiene lo que el Estado abandona.

Es una resistencia que no se proclama: se vive. Y, a pesar de los desplazamientos, la violencia digital, el racismo y las fronteras impuestas, sigue siendo un espacio donde la vida se defiende y se imagina. Ahí, en ese cruce entre territorio, identidad y comunidad, la lucha por una existencia digna continúa encendiendo caminos.

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