Alida Arana Vicente: “algún día voy a estudiar y voy a defender a la gente que están humillando”

Alida Adelina Arana Vicente se define a sí misma como “revolucionaria”. A sus 40 años, sus pies han recorrido grandes distancias y ha conocido la discriminación y el racismo que los pueblos indígenas sufren y han sufrido desde siempre. Pero nada la detiene. Dice que las injusticias que vio en su infancia en los mercados, son las mismas que vio cuando era una estudiante más en el INCA y luchaba por los derechos educativos, ahora es activista y defensora de derechos humanos de las mujeres y de los pueblos indígenas, participa activamente en manifestaciones públicas para exigir justicia.

Alida, es originaria de Palín, Escuintla, es Doctora en Derecho Constitucional por la Universidad de San Carlos De Guatemala (Usac) y Máster en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid, España. Actualmente, participa y acompaña casos del Bufete de Pueblo Indígenas y es abogada en casos de violencia contra la mujer y criminalización de líderes indígenas.

¿Cómo te definirías?

Me defino como una mujer revolucionaria. Como lideresa. Como defensora. Tengo un legado de mujeres y ancestras de carácter muy fuerte. Luchadoras incansables. Vengo de un linaje de mujeres muy empoderadas. Muy aguerridas. Hace 75 años, en las generaciones de mi abuela y bisabuela, que eran de origen poqomam; nadie pensaba que teníamos derecho a la tierra o a heredar, a ser propietarias. Pero mis abuelas sí. Tenían esa mirada de que las mujeres valen y que es importante que se les dé el mismo lugar que a los hombres.

¿Hay algún momento específico de tu vida en el que entraste en conciencia del papel que querías desarrollar?

Mi bisabuela se llamaba Higinia Lobo. Ella inculcó lo importante que era la independencia económica y el trabajo, a través del comercio, especialmente. Fue una de las primeras viajeras. Se les llamaba así a las mujeres que salían de su pueblo para ir a vender a la capital. Eso era transgredir toda una cultura porque las mujeres no tenían que salir de su casa. Una de las cosas que inculcó a mi abuela, mi abuela a mi madre y mi madre a mí, es la autonomía. Valernos por nosotras mismas y disponer de nuestro propio dinero. “Con eso vas a poder sobrevivir, nadie te va a poder humillar. Puedes tener el sustento para tus hijos y tu familia, no vas a depender de nadie. Incluso de tu marido”, decía.

Alida junto a su bisabuela Higinia. Foto: Alida Aldana Vicente.

He sido comerciante desde niña. Algo que me marcó mucho cuando era chiquita es que en el mercado a las mujeres indígenas las humillan mucho. El trato racista es bien fuerte. Yo iba a vender con mi abuela y mamá a la Terminal. Cuando estaba baja la venta nos íbamos para Santa Lucía. Así crecimos. Ese racismo que se vivía, yo siendo niña decía: ¿por qué las tratan tan mal?

Decían: “mirá, vos Maria ¿a cómo tenés esto?” O en el bus, los ayudantes decían: “ah, mirá a esas marías que no se apuran”. O cuando uno andaba con tanates decían: “ah, indias más mierda”. A veces cuando estábamos vendiendo jocote de corona alguien preguntaba: “estaban vendiendo a cinco el ciento ¿no me das más barato?” Ellas respondían: “No porque como cuesta la cortada, la traída”. “Bien, dame más barato”, insistían. “No, es que no sale”. “Indias mierdas, prefieren tirar las cosas en lugar de dar barato” decían y se iban. Cuántas veces no vi eso.

Esos tratos, esas formas a las que están expuestas las mujeres indígenas son bien fuertes y bien jodidos. Cuando se da el regateo, la gente lo utiliza para humillarte. Eso afecta mucho.

Cuando empecé a leer y a escribir en la escuela decía: “quiero estudiar. Yo no quiero que más adelante, estas cosas sigan pasando”. Yo no sabía qué era el racismo porque era chiquita, pero no me gustaba. Me decía: “algún voy a estudiar y voy a defender a la gente que está haciendo de menos y están humillando”.

Foto: Alida Aldana Vicente.

Más adelante, estuve trabajando como catequista, dentro de la iglesia en Palín se impulsó mucho la teoría de la liberación y eso ayudó a tomar mucha conciencia. Conocer la realidad y hacer análisis de contexto. Fue una escuela para aprender muchos elementos de la realidad que ni la escuela o en otro lugar había.

A los 15, ingresé a estudiar en el INCA y a partir de las problemáticas de falta de maestros e incremento del pasaje urbano, pues se dio la organización en el instituto y fui nombrada Presidenta del INCA. Para mí fue una escuela para la proyección, para promover la organización, para fortalecer capacidades, para promover los derechos de las jóvenes. Allí empezó un activismo de derechos estudiantiles, sociales y las manifestaciones contra la no alza al transporte colectivo.

Alida junto a sus compañeras de estudio. Foto: Alida Aldana Vicente.

La intención de Álvaro Arzú, que estaba de Presidente, era privatizar las escuelas normales y privatizar buena parte de la educación. Como maestra veía que debíamos luchar por el derecho a la educación y eso traspasaba exigir que se cumpliera. Allí nos organizamos y nos volvimos parte de la Junta Directiva como Asociación Estudiantil del INCA. Llegamos a tener mucha incidencia en educación porque es fundamental y debe de garantizarse a la niñez y juventud. Entonces allí surge la Organización Nacional de Estudiantes de Guatemala, pero durante estos últimos 25 años, han debilitado más el sistema de educación pública.

Cada vez que nos querían reprimir más, porque Arzú muy paz y todo, pero era un gran opresor, prepotente y racista que le fastidiaban las manifestaciones. Nos mandaba órdenes: “dice el Presidente que no quiere que salgan”. “¿Acaso es nuestro tata? Nuestros tatas están en el campo trabajando”, contestábamos. Las escuelas normales fueron impulsadas en el 45 por Juan José Arévalo con el propósito de generar maestros con conciencia social. Que fueran educadores y transformar el pensamiento de la niñez con una mirada revolucionaria. Por ese motivo, las escuelas siempre fueron una amenaza para ese sistema y para todos los sectores de la élite que creen que Guatemala es su finca y ellos son los patrones. Y que toda la cachimbada de gente somos mozos y tenemos que obedecerlos. 

¿Cómo desempeñas tu profesión y en qué espacios?

Me gradué de maestra de primaria, pero más que graduarme de maestra de primaria, allí me gradúe de activista, de defensora. Allí fortalecí un potencial que no sabía que tenía.

Después de graduarme de la universidad apoyé a impulsar dos escuelas rurales en Palín: María Matos y Balcones Dos. Trabajé como maestra cinco años. Durante ese tiempo, estuve también como directora. Al iniciar la escuela lo que teníamos era un block y una tabla. No teníamos pared, ni techo, ni nada. Hicimos galeras, conseguimos láminas, parales. Me fui a mis antiguas escuelas, hablé con mis profesores y ellos me dieron los materiales reciclados, los hierros de los pupitres que tenían sin uso. Busqué madera y ayuda con algunos papás y con amigos para que soldaran y arreglaran el mobiliario. Eso sin ayuda del Estado. Hoy estas escuelas son grandes y están construidas con block. Los maestros están presupuestados. 

¿Cómo desempeñas tu profesión en los espacios que participas?

Me he enfocado en prevención de la violencia, la promoción de los derechos de los pueblos indígenas y acceso a la justicia para mujeres indígenas. Me he ido más en el tema de violencia contra la mujer. He identificado que la violencia no tiene edad ni condición económica ni diferenciación étnica. La violencia es violencia y mata. Si no mata a nivel físico, mata a nivel emocional. Las mujeres vienen por un problema, pero terminan contándome su vida entera. Esto me ha permitido ver que es un problema que a veces lo queremos invisibilizar, pero viene de generaciones. No es solamente la parte legal es lo que menos está necesitando una mujer, lo que necesita en ese momento es tener un espacio con quién hablar. Sin miedo a qué le van a decir. También ha acompañado a las comunidades en la reclamación de tierras comunales ancestrales, tierras que el estado cedió a finqueros, al INDE o a la Usac.

En lo que va del año, me han venido más de 60 casos de violencia. La gente le tiene miedo de ir al juzgado, igual que ir a la policía. El problema es que estamos ante un Estado fallido, un Estado que no es nuestro. No hay confianza en las instituciones de justicia y la gente no da su comunicación en su idioma. La policía les dice: ¿para qué te vas a quejar si ya mañana te vas a ir otra vez con tu marido?

En una de las comunidades tuvieron problemas de amenazas de muerte, y la policía no quiso aceptar la denuncia. Les sugirieron que contrataran a un abogado. Hasta que yo les acompañé les aceptaron la denuncia para documentar lo que estaba pasando. La institucionalidad está muy lejos de la realidad de las comunidades.

¿Eres autoridad indígena en tu territorio?

Ahorita estoy como autoridad de la alcaldía indígena.

¿Qué significa asumir esta responsabilidad?

Se convocó a una asamblea comunitaria, en virtud que hicieron la asamblea a la par de mi casa, de shute, me fui a meter. Yo dije: “voy a ver qué van a hacer”. Al momento de hacer la elección me postularon. Les dije que les agradecía, pero que no iba a aceptar porque era mucho compromiso y, a veces, tengo que salir del pueblo. Para esos cargos hay que hacer mucho servicio a nivel comunitario. Una de las lideresas más grandes me dijo: “bueno, y no sos vos la que siempre está diciendo que las mujeres tenemos que participar pues. Y hoy ¿por qué no querés?”.

Me llamó a la reflexión: “si te están buscando es por algo. Tenés que aceptar tu misión, hay que ponerse en el servicio. Y vos que podés leer, podés ayudar mucho a la gente”.
Mi mamá era lideresa del Movimiento de Mujeres Indígenas Tzununija. Por ese motivo fue que finalmente acepté.

El año pasado, en Palín, hubo muchos muertos. Más de 200. Y es que Palín está en un punto geopolítico donde hay mucha maquila y muchas fábricas, y estos lugares sufrieron contaminación masiva. Yo les dije que no haríamos nada para evitar que alguien más muriera.

¿Qué retos y desafíos hay desde los espacios de autoridades indígenas para con las necesidades de las mujeres en los territorios?

El primero es romper con el machismo. Alzar la voz es transgredir al sistema opresor, patriarcal y racista. Especialmente, para las mujeres que son autoridad. A veces afecta el machismo de muchos hombres ver que las mujeres alzan la voz, que se organizan, que van, que caminan, que marcan territorio por sus derechos. Ese es uno de los grandes retos que tenemos.

Pienso en doña Sebastiana Pablo, de Joyabaj, una autoridad indígena. Ella es monolingüe. No sabe leer ni escribir. La tienen desde hace siete meses en prisión, acusándola de haber quemado la Muni de Joyabaj, cuando las pruebas dicen que no es así. Hay un odio y saña contra ella porque para un alcalde blanco, que tiene 17 años en el poder, que es racista y machista lo que quiere es darle una lección a esa mujer que se atrevió a levantar la voz.
También falta mucho la articulación, la estrategia, la organización y la movilización.

Hemos fortalecido la autoridad de las mujeres indígenas. Nosotras somos cinco mujeres dentro de la directiva de la alcaldía, de un total de nueve integrantes. Eso es algo que no es normal, porque la mayoría siempre son hombres. El hecho es que tenemos un posicionamiento claro en el tema de derechos de la mujer, de denuncia por la violencia contra la mujer y de defensa de los derechos colectivos de los pueblos indígenas como prioridades. Nos vienen casos de todo tipo desde denuncias. En lugar de ir a la justicia oficial con nosotros se puede resolver el asunto.

Los hombres que han tenido el privilegio de estar como autoridad y que han promovido prácticas machistas, al vernos con tanta posibilidad y fuerza nos ven como amenaza.

Foto: Shanis Martines.

¿Qué significa hablar de feminismo en política comunitaria?

Más allá de hablarlo, creo que no hemos profundizado en ese tema. A nivel personal, mi apuesta es feminista aunque no me asuma como tal, más en lo que hago que en lo que digo. Yo nunca me digo que soy de izquierda y no es que no tenga ese posicionamiento, sino que mi pensamiento es que muchas personas que lo dicen solo utilizan el discurso y no lo asumen como parte de su consistencia, de su actuar y de su lucha. Para mí es más importante qué estoy haciendo, qué estoy poniendo en práctica. También creo que queda invisible lo que ha hecho el feminismo blanco que muchas veces ha tenido prácticas racistas. Para no ahogarme en esto, mejor hago en vez de decir. 

¿Cómo asumes ahora la discriminación que viviste como mujer indígena?

Sé que lo viví desde niña. Es muy duro y es muy fuerte. Con el paso del tiempo aprendemos a perdonar y a reflexionar que somos producto de una construcción social. El racismo es algo muy fuerte y lo llevamos adentro, especialmente para las mujeres indígenas llevan una carga que afecta su autoestima, su ser.

Cuántas veces no vi la humillación para mi abuela, para mi madre. Vi cómo se dan los tratos diferenciados. Cuando uno lo conoce desde dentro es diferente. Pega más. Por eso tengo esa apuesta tan fuerte contra la discriminación y racismo porque lo he vivido y creo que es importante sanarlo. Al igual que el tema de la violencia. Y bueno, demandar al Estado porque tiene la obligación de cumplir. El problema es que le demandamos a un estado que está diseñado para oprimirnos y no para darnos la posibilidad de desarrollar nuestras vidas. 

¿Cómo reaccionas ante los micromachismos del día a día?

Regularmente, a las mujeres que somos abogadas no nos identifican. Fuimos a una audiencia hace un par de meses, al Juzgado de Primera Instancia de Escuintla. Iba una compañera abogada, un abogado y yo. Resulta que al ingresar nos dicen a ella y a mí: “miren, aquí no está permitido que vengan a vender. Se tienen que quedar afuera”. Me puse a pelear, a reclamarle, pero una se agota de estar reclamando porque es tan cotidiano, es tan internalizado y tan normalizado que es difícil.

A los abogados y entacuchados les dicen: “¿qué tal mi Lic.? Pase”. Va una y le dicen: “¿a qué viene?”. “Soy abogada”. “Enséñeme su carnet. Espéreme, vamos a ver si está activo o no. ¿A qué nivel va, a qué oficina, ¿qué caso lleva?”.

Es una cuestión de exclusión. La igualdad la violentan. Muchas veces se cree que una no tiene la misma capacidad que los hombres y más los hombres no indígenas. Y los hombres indígenas no viven eso porque no llevan una identificación de que son indígenas. El principal diferenciador es la indumentaria, la vestimenta.

Las mujeres tenemos que probar que si somos capaces. Los hombres no. Es por el mismo sistema patriarcal. Las mujeres ganan menos y tienen triple jornada de trabajo. 

¿Cuál es la injusticia que más rabia te da?

Me enojó la burla de ese diputado que nos llamó retahíla de frijoleros. Me indignó tanto. El pueblo come frijoles porque está orillado a esto. Me duele la injusticia social de raíz, cómo está distribuida la riqueza de este país. Me duele la tragedia de las niñas del Hogar Seguro. Me duele la niña Jennifer Lobo. Me dolieron los actos de represión que hicieron con los compañeros en la Plaza el año pasado. Me duele cuando llegan a una comunidad para hacer desalojos y les destruyen sus chozas. Les queman su milpa. Me duele. En Guatemala todos los días se vive algo que no es normal, pero se ha normalizado. Me indigna la violencia mediática también. 

¿Cómo fue la experiencia de haber sido retenida por la policía por viajar a la capital a manifestar?

El 18 de mayo, cuando regresábamos de la capital tras la manifestación en contra de la violencia y para exigir justicia por la niña Jennifer, al bajar del bus que contratamos, la policía nos estaba esperando y lo que dijo fue: “ustedes están violentado la ley. El presidente dijo que no hay que manifestar y ustedes están manifestando”. El policía tenía órdenes de detenernos. Quería molestarnos, quería provocarnos y desacreditar nuestra lucha. Como estoy acompañando el caso de Sebastiana Pablo, su experiencia me sirvió como recordatorio de que no podemos exponernos. Tenemos que protegernos, saber qué hacer y dónde hacerlo. Porque la consecuencia es mucho mayor. Al final, se solucionó el problema pero grabamos todo. Son lecciones que nos quedan. 

Como abogada y defensora también acompañas a comunidades en la recuperación de territorios.

Antes de estar como autoridad indígena estuve apoyando las consultas comunitarias que se empezaron a impulsar hace más de 10 años. Muchas comunidades empezaron a impulsarlas para el tema de hidroeléctricas, minería y megaproyectos. La lucha solo se puede hacer de manera colectiva y desde abajo. De arriba no va a venir nada porque no les interesa que se cambien las cosas.

En el tema de la tierra, me he vinculado casi forzosamente por estar el tema comunitario. También he conocido varios casos en los que he apoyado desde un aporte científico con un peritaje o con el análisis de una estrategia legal.

Algunas personas me han reconocido un pago, pero la mayoría no porque la gente no tiene dinero. Me veo muy bien pagada cuando me vienen a dejar una libra de frijol o una papaya o aguacates. Me siento muy feliz. Esto le da sentido a mi vida. La verdadera riqueza no representa el dinero. Siempre les pongo de ejemplo que mi mamá y abuelas jamás tuvieron un salario. Nunca conocieron un aguinaldo. Nunca. Las energías del universo van abriendo puertas, permiten mantener el equilibro con lo que necesitamos. Eso me da mucha fortaleza.

Antes de estar como autoridad indígena estuve apoyando las consultas comunitarias que se empezaron a impulsar hace más de 10 años. Muchas comunidades empezaron a impulsarlas para el tema de hidroeléctricas, minería y megaproyectos. La lucha solo se puede hacer de manera colectiva y desde abajo. De arriba no va a venir nada porque no les interesa que se cambien las cosas. 

¿Cómo ha sido su vida como comerciante?

*Se ríe* Mi mamá toda su vida fue comerciante y vendía en la Terminal. Al momento de empezar con sus dolores de parto, estaba allí. Para mí, el comercio es un legado. Es tan importante en mi vida. En lugar de haber estudiado derecho tuve que haber estudiado economía porque me apasiona estar vendiendo. Comencé desde que tenía 3 años. Aprendí a la par de mi mamá, de mi abuela. Aprendí a contar, a sumar, a restar, a multiplicar sin saber leer y escribir. Soy experta en las matemáticas. Uno logra desarrollar muchas habilidades a través del comercio.

Cuando me siento mal, un lugar importante para llenarme de energía es el mercado. Es una herencia maravillosa habernos enseñado a trabajar, a sobrevivir. La Terminal la defino como un centro multicultural de los pueblos. El regateo dentro de las comunidades indígenas permite tener diálogo, comunicación. Es como un juego.

También siembro milpa porque mi mamá lo hacía. Tiene mucho significado porque es la base fundamental de nuestra alimentación. Mi mamá falleció hace cuatro años de manera inesperada, y ella dejó su milpa. Ahora la cuido. Cortamos los elotes y cuando teníamos que sacarlos conté cuántos granitos de maíz tiene. Determiné que una mazorca tiene 1410 semillas de maíz. Hablo más de la milpa porque me encanta, pero hay otras cosas que le doy seguimiento y cuido. A la bendita Madre Tierra también.

Ya sea en la Torre de Tribunales, en las comisarías de la policía, en la Plaza Central, o en casa, siendo mamá de una niña y un niño; los esfuerzos de Alida siempre se centran en impulsar la lucha y reivindicación de los derechos. Especialmente, de las poblaciones y mujeres indígenas violentadas. Es un trabajo, muchas veces no formal y no remunerado, pero sabe que sin él no tiene sentido su vida.

Paolina Albani

El periodismo y yo compartimos la honestidad como principio de vida. Me convertí en periodista de datos en una búsqueda por evidenciar patrones en las fallas del sistema que, generalmente, colocan en posición de desventaja a unxs respecto a otrxs. Inicié en esta profesión en Diario La Hora. Desde entonces, he viajado por las redacciones de Siglo 21, Diario Digital y Plaza Pública. Actualmente, trabajo para la Revista Ruda mujeres + territorio aprendiendo y aportando al periodismo feminista.

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